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El experimento monstruo

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La investigación es una herramienta fundamental con la que contamos para avanzar en la ciencia, en el conocimiento en general, y en cualquier área. Pero, en ocasiones, no se han cumplido los compromisos éticos que exige la investigación y para comprender, indagar y experimentar, en ciertos ámbitos, se han realizado los más atroces comportamientos.

Una muestra de ello la encontramos en el experimento llevado a cabo, en 1939, por Wendell Johnson, psicólogo de la Universidad de Iowa en Estados Unidos, con la colaboración de una alumna suya de posgrado, Mary Tudor. Wendell es considerado uno de los más influyentes logopedas, que dedicó sus investigaciones a descubrir las causas y la cura de la tartamudez.

Al hilo del objetivo de sus investigaciones, llevó a cabo un experimento, considerado absolutamente cruel, llamado experimento monstruo. El objeto de dicho estudio era demostrar que la tartamudez no tenía un origen fisiológico sino, más bien, adquirido por las inseguridades de algunos niños y niñas al aprender a hablar.

Para realizar el experimento seleccionaron a 22 niños y niñas de un orfanato, en edades comprendidas entre los 5 y 15 años. En este grupo había quienes tenían problemas de habla y otros que no los tenían. Los dividieron en dos grupos de 11 personas y, dentro de cada uno de estos grupos, mezclaron los que tenían problemas en el habla con los que no.

No se les explicó en qué iba a consistir el experimento, tan solo se les dijo que iban a formar parte de un programa de logopedia que iba a durar unos meses. Y así comenzó el estudio, el funcionamiento fue el siguiente:

A los participantes del primer grupo se les premiaba y elogiaba cada vez que hablaban. Se les alentaba a seguir practicando diciéndoles que lo hacían muy bien y que estaban progresando estupendamente. Esta forma de proceder, se hacía con todos, tanto si tenían problemas de tartamudez, como si no.

Sin embargo, a los del segundo grupo se les criticaba constantemente y se les transmitía que eran torpes. Menospreciaban su nivel de habla y se les repetía, una y otra vez, que eran tartamudos. A los que no tenían problemas de habla de este grupo se les hacía ver que estaban empeorando y que empezaban a presentar problemas de tartamudez.

Los resultados al finalizar el experimento fueron, para el primer grupo: los sujetos ganaron confianza, participaban más en clase y mejoraron, incluso, con el tiempo. Por el contrario, los del segundo grupo empezaron a empeorar. Los que tenían problemas del habla empeoraron más: adquiriendo tics, presentaban ansiedad a hablar en clase… Y los que no presentaban dificultades del habla, inicialmente, desarrollaron problemas de ansiedad e inseguridad. Es decir, en general, a todos los niños y niñas de este grupo les afectó negativamente su autoestima.

Este experimento no vio la luz hasta que, en 2003, el New York Times lo publicó con el título “El estudio monstruo del doctor de la tartamudez”. El artículo explicó todo el proceso y la forma en la que participaron esos niños y niñas. Además, se descubrió que algunos participantes todavía tenían problemas debido al maltrato que sufrieron durante este experimento. Por ello, en el 2007, las víctimas de tal experimento iniciaron un proceso de demanda, que concluyó a su favor, y la universidad de Iowa tuvo que indemnizarlas con la suma de USD 925.000.

Este tipo de horrores alerta, por un lado, de lo necesaria que es la aplicación de la ética profesional y, por otro, la importancia del autoconcepto. Es decir, cómo me describo o cómo me veo, puesto que influye intensamente sobre nuestra autoestima y existe una gran influencia en la construcción de ambos la información que recibimos de los demás a lo largo de nuestra vida.

Por ello, hay que cuidar mucho qué queremos decir y cómo lo decimos, porque podemos influir negativamente en los demás. También debemos cuidarnos, mimarnos, eligiendo con quién queremos estar y con quién queremos relacionarnos. Porque, aunque pensemos que somos inmunes, todos tenemos ciertos momentos y etapas de mayor vulnerabilidad, en el que nos pueden dañar nuestra autoestima. Ya que el maltrato, aunque sea verbal, es igual de dañino y perjudicial para nuestra salud mental que cualquier otro tipo de maltrato.

La nostalgia

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En ocasiones, los recuerdos nos hacen sonreír; en otros momentos, el recuerdo de lo que fue junto con el anhelo de lo que podría haber sido, origina una tormenta de sentimientos que oscurecen nuestro pensamiento… Pero ¿por qué ocurre esto?

El ser humano es un ser social que se apoya en relaciones e interacciones con otras personas y con el entorno. En muchas ocasiones, estas experiencias nos favorecen y enriquecen. Pero, todas estas situaciones vividas, no siempre son tan buenas como nos gustaría. Siendo además, en algunas ocasiones, dolorosas y difíciles de asimilar.

Cuando afrontamos esos momentos complicados en nuestra vida (como pueden ser: la muerte de un ser querido, cambios laborales que nos afectan negativamente o rupturas afectivas de pareja o de amistad) es cuando, probablemente, nos invada la nostalgia.

La nostalgia se centra en el pasado y viene acompañada de emociones tan dispares como: la tristeza, el dolor y el placer del recuerdo. Aunque, las proporciones de cada emoción nos son iguales, dependen del recuerdo y de la interpretación que hacemos de él. Es parte de nuestra naturaleza dotar de significado todo aquello que vivimos, dar razón y entendimiento aportando nuestra subjetividad a la situación. El dolor advierte de que ya no tenemos aquello que deseamos, se quedó en el pasado. Porque la nostalgia se vive sobre hechos que ocurrieron y que sabemos que no volverán a ocurrir, lo que nos produce tristeza por dejar en el pasado situaciones que anhelamos. Pero también, nos invade el placer cuando revivimos aquellas situaciones que nos hacen sonreír y que son gratificantes, como por ejemplo al recordar situaciones de nuestra infancia que, aunque sabemos que no volverán, nos han marcado positivamente siendo personas adultas.

De esta forma, podemos recordar esos bonitos y gratificantes momentos vividos que nos inyectan energía para afrontar pequeños baches que surgen en el día a día o en etapas en las que necesitamos aislarnos y reclamar espacio personal. O, por el contrario, podemos anclarnos en el pasado, anhelando aquellas vivencias y situaciones que no volverán y que convierte insulso nuestro presente. Por ello, la nostalgia puede afectarnos de forma positiva o negativa.

La nostalgia positiva te activa, te hace feliz y te ayuda afrontar ciertos momentos en el que puedas sentir soledad, incluso te da ánimos y te proporciona ayuda para seguir avanzando en tu vida. Sin embargo, la nostalgia negativa te hace idealizar el pasado como una época más feliz, de tal forma que tu presente no puede competir con ella.

Cuando sientes la nostalgia de forma negativa, vives el presente con una infelicidad que no tenías en el pasado.

Esta nostalgia te paraliza y te desmotiva, porque esos recuerdos ideales y felices, debido a la ocurrencia de un determinado suceso, sabes que nunca más volverán. Te ancla al pasado y afecta a tu presente, porque interfiere en tu estado de ánimo actual y dificulta que realices actividades y desarrolles estrategias que te permitirían avanzar en tu vida. Afectando, de esta manera, a tu felicidad.

Por eso, se le llama nostalgia paralizante, porque paraliza tu vida en aquel momento que revives con anhelo y no permite que avances en el presente construyendo tu futuro. Nada de lo que vives puede compararse con lo vivido y la tristeza y el dolor toman protagonismo, disipándose en una pequeña porción de placer que se vuelve agridulce.

Por lo tanto, utiliza tus experiencias como base de aprendizaje. El recuerdo y la memoria del pasado debe ser el sustento del presente y el alimento de un futuro sano. Si crees que estos cimientos necesitan soporte, no dudes en buscar la ayuda y el acompañamiento de un profesional de la salud. A veces, se necesita de una mano experta que nos saque de ese estado paralizante.

Estilos educativos

Estilos educativos 1080 715 PsicoEmoSa

“La familia se define como la unión de personas que comparten un proyecto vital de existencia en común que se quiere duradero, en el que se generan fuertes sentimientos de pertenencia a dicho grupo, existe un compromiso personal entre sus miembros y se establecen intensas relaciones de intimidad, reciprocidad y dependencia”, Rodrigo López, M.J; Palacios, J. (1998).

Y es que la familia es el primer núcleo social en el que nos desarrollamos y socializamos. Del que aprendemos la lengua, la alimentación, la higiene, el comportamiento… En la familia, las relaciones entre los padres, las madres y los hijos e hijas son bidireccionales y dependen de las características y actitudes de cada uno de los componentes familiares.

Los estilos educativos, o de crianza, son el conjunto de pensamientos, sentimientos y actuaciones que los padres y las madres establecen respecto de sus hijos e hijas, se transmiten de forma consciente e inconsciente y se perciben, sienten y valoran de forma particular y concreta.

Estos estilos educativos son acciones que realizan los cuidadores con la intención de conseguir la adaptación emocional y conductual en los niños y las niñas, son flexibles y pueden ir cambiando respecto del mismo hijo e hija o utilizarse estilos diferentes con cada uno de los y las que componen la unidad familiar.

Los 4 estilos educativos

  • DEMOCRÁTICO: padres y madres que exigen con criterios claros, pero al mismo tiempo son cariñosos, consideran a sus hijos e hijas sujetos activos y, por ello, fomentan el diálogo. Las normas no son elementos rígidos y presentan una organización jerárquica respecto a su cumplimiento. Este estilo busca la creación de personas asertivas, con una sana autoestima, cooperativas, con un alto grado de autocontrol, seguras de sí mismas y responsables.
  • PERMISIVO O INDULGENTE: progenitores más cariñosos y tolerantes que exigentes. No demandan responsabilidad, el hijo o la hija se autorregula con sus propios criterios, no hay unos límites claros a la hora de definir y cumplir las normas. Además, los adultos evitan las discusiones con sus descendientes para evadir los conflictos. Y muestran actitud de sobreprotección, limitando la independencia de los hijos e hijas. Este estilo desarrolla comportamientos consentidos y caprichosos y crea personas con muy poca tolerancia a la frustración, falta de autocontrol, el egocentrismo y la inseguridad.
  • AUTORITARIO: progenitores muy exigentes y directivos y poco cariñosos. Se centran en la obediencia ciega de unas normas bien estructuradas y claras. Los hijos y las hijas desempeñan un papel pasivo, se les concede poca autonomía, su único cometido es hacer caso a la autoridad. Con este estilo no se refuerza la autonomía y se aviva el comportamiento sumiso, también genera baja autoestima, falta de empatía con los otros y favorece los comportamientos agresivos con los demás.
  • INDIFERENTE: padres y madres poco exigentes y cariñosos. Se encuadra dentro de una paternidad y maternidad irresponsable. Se combina una baja implicación en la educación, con una alta permisividad en las normas. En casos extremos serían progenitores que rechazan a sus hijos e hijas o que les dedican muy poco esfuerzo a su educación. El resultado, personas con carencias afectivas y problemas en el desarrollo sano de la personalidad.

Los hijos y las hijas no son una propiedad, son seres libres. Su cuidado, amor y educación es la forma que tienen los padres y las madres de prepararlos para volar.

Las emociones

Las emociones 1080 790 PsicoEmoSa

Hablemos de emociones, del latín exmovere o emovere que significa movimiento hacia el exterior, poner en movimiento o el impulso que induce a la acción.

De ahí que las emociones participen, de forma activa, en nuestra evolución y adaptación, nos ayudan a protegernos y nos facilitan tomar decisiones en la vida diaria. Por ejemplo, cuando una situación presenta peligro para nuestra supervivencia, la emoción del miedo nos advierte que debemos tener cuidado y alejarnos o protegernos.

A partir de la información que obtenemos cuando nos relacionamos con nuestro entorno las emociones actúan y se manifiestan en distintos niveles: psicológico, conductual y fisiológico.

  • Nivel psicológico: toda emoción cuando se interpreta y analiza adquiere un significado que se traduce en un estado de ánimo, como la alegría, la tristeza o el enfado.
  • Nivel conductual: nuestro comportamiento depende de la emoción que sintamos. Por ejemplo, si estamos enfadados elevaremos la voz, nos mostraremos exaltados y los demás no querrán acercarse a nosotros; sin embargo, si nos sentimos felices, en nuestro rostro se dibujará una sonrisa, seremos más cercanos y nos invadirá una sensación de bienestar.
  • Nivel fisiológico: cada emoción produce en nuestro organismo una reacción fisiológica distinta con el fin de dar una respuesta. Por ejemplo, el enfado aumentará las pulsaciones, incrementará la temperatura del cuerpo y los músculos se tensarán; sin embargo, con el miedo se dilatarán las pupilas, habrá un descenso de la temperatura corporal y se agarrotarán los músculos.

Por su parte, las emociones se activan ante estímulos concretos, se produce de forma inmediata, con una cierta intensidad y son de corta duración. Estos estímulos concretos se conocen como estímulos emocionalmente competentes y son aquellos que nos provocan reacciones emocionales.

Cuando nuestro cerebro los divisa, envía órdenes a distintas áreas, activa la liberación de hormonas, el sistema cardiovascular se acelera y nuestros músculos se tensan. Los detectamos antes de que nuestra consciencia o nuestra atención advierta de que están, es decir, las emociones se activan antes de que realicemos una evaluación cognitiva de ellas y, una vez realizada, se da paso a los sentimientos.

Por lo tanto, las emociones y los sentimientos mantienen una estrecha relación, la emoción aparece en primer lugar y, como ya hemos dicho, se produce por la respuesta a un estímulo significativo, podríamos decir que no somos conscientes de muchas de las emociones que se manifiestan en nuestro organismo a lo largo del día. Sin embargo, los sentimientos son la interpretación personal que le damos a la emoción junto con el significado de la sensación corporal generada por la activación nerviosa.

Los sentimientos son más perdurables y persistentes que las emociones, ya que tienen una parte de interpretación personal.

El apego

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¿Sabes qué es el apego? ¿Diferencias entre apego y vínculo? ¿Conoces la función mental del apego?

Si quieres conocer las respuestas a estas preguntas, en el siguiente artículo encontrarás estas y otras curiosidades sobre este constructo que está presente a lo largo de la vida, más allá de la niñez.

John Bowlby, psiquiatra y psicoanalista infantil inglés, fue pionero en el trabajo del apego, desarrollando la Teoría del Apego. Definió este concepto como la tendencia natural de las personas a establecer relaciones íntimas y estables con sus padres o tutores desde los primeros años de vida. Consideraba esta relación necesaria para la supervivencia, el desarrollo físico y emocional, es decir, un imperativo biológico necesario para la supervivencia.

Este vínculo de apego que se establece en la niñez de hijos a padres, no es bidireccional; es decir, los padres desarrollan hacia sus hijos e hijas un tipo de vínculo afectivo diferente. Estos adultos desarrollan el apego con otros adultos y en etapas más avanzadas, en la vejez, las figuras de apego de los y las ancianas son sus hijos e hijas.

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Quien cumple la función de la figura de apego puede variar a lo largo de la vida, pero la función que cumple es siempre la misma: brindar sostén, calmar, regular emocionalmente (Di Bártolo, I. 2016).

Antes de avanzar en el tema habría que aclarar la diferencia entre el concepto de apego y el de vínculo. Pues, aunque existe relación entre estos dos, no son sinónimos. El vínculo se suele establecer con un número pequeño de personas, según Bowlby es un lazo relativamente duradero que se establece con un compañero/a, mientras que el apego es la búsqueda de proximidad y contacto con una figura específica para conseguir una sensación de seguridad.

Centrándonos en las primeras etapas de la vida en las que se desarrollan los vínculos de apego la psicoanalista estadounidense, Mary Ainsworth, observó en todos los niños que tenían algún tipo de apego, aunque había diferencias en cómo se expresaba. Para estudiar el comportamiento de estos pequeños ante diferentes situaciones y poder comprobar el grado de seguridad que depositaban en sus progenitores, especialmente sus madres, creó la Situación Extraña. En este experimento la madre entraba o salía de una habitación en la que su hijo o hija estaba, dejaba a su pequeño/a con una persona extraña y si el niño o la niña lloraba o se quejaba era esta persona ajena la que intentaba calmarle.

Así, observó que un niño con apego seguro percibía a su madre como un elemento necesario de seguridad para explorar el mundo, así que investigaba y jugaba con los juguetes que tenía a su alrededor en presencia de la madre, pero se detenía cuando ella salía del cuarto. Este tipo de apego en la edad adulta se relaciona con independencia emocional, con relaciones estables y la creación de vínculos emocionales sanos.

Fruto de esta investigación, también definió dos tipos de apego inseguro: el evitativo y el ambivalente. El primero es lo contrario al apego seguro. Solo se disgusta cuando está solo. No extraña a la madre cuando sale e interactúa igual con la persona desconocida que con ella, presenta un patrón de indiferencia y no da señales de ansiedad cuando no está su madre, así como tampoco le saluda cuando entra en la habitación. Al llegar a la adultez, la persona que ha desarrollado este vínculo de apego, suele presentar problemas en las relaciones sentimentales y dificultad de conseguir un grado aceptable de intimidad con los demás.

El apego ambivalente, muestra un comportamiento ansioso, incluso en compañía de la madre, manifiesta un patrón ambivalente porque busca proximidad y también rechaza a su progenitora. El adulto con este tipo de apego suele vivir la relación de pareja con temor a que le deje, además espera más vinculación de la que es capaz de dar, esto le genera alto grado de dependencia emocional.

Por su parte, los investigadores Main y Solomon describieron el apego desorganizado o desorientado. Este tipo de apego se considera el más dañino y muestra el peor pronóstico de futuro. Los niños y niñas que desarrollan este apego se comportan de forma ilógica y compleja ya que presentan una conducta difícil de describir. Son inestables y contradictorios. Este tipo se suele observar en niños y niñas que han sufrido algún tipo de maltrato. Cuando son adultos presentan alta carga emocional de ira y rechazo, no se sienten queridos y queridas y rechazan las relaciones interpersonales.

Entre otros aspectos, los estudios realizados sobre el apego resultaron determinantes para mejorar algunos aspectos de los sistemas de salud occidentales, fundamentalmente, tales como: que los bebés fueran hospitalizados junto con sus madres, mejoras en los servicios hospitalarios de pediatría, neonatología… Aspectos y condiciones que hoy en día consideramos fundamentales, pero que en su momento conllevaron una gran controversia por una parte de la comunidad médica.

Personalidad psicopática o antisocial

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Compartimos espacios con diferentes personas; en el trabajo, en el gimnasio, en el supermercado… Cuando nos las encontramos en cualquiera de estos sitios podríamos pensar que, la mayoría de estas, sienten y sufren como nosotros, pero te sorprendería saber que hay un cierto porcentaje de personas que no funcionan exactamente como todas las demás. Porque no tienen la capacidad de sentir como lo hacemos habitualmente y utilizan la manipulación para conseguir sus intereses, sin importarles cuáles son los del resto y qué sentimientos pueden provocar.

Este tipo de personalidades se encuadran dentro de la personalidad psicopática o antisocial. Aunque en el cine suelen representar a estas personas como unos asesinos despiadados, en realidad esto no suele ser así. Sí es cierto que, en mayor medida, tienden a ignorar las normas y a tener problemas con la justicia.

Pero ¿cómo se comporta una personalidad psicópata y cuáles son los rasgos identificativos más llamativos?

La personalidad psicopática o antisocial tiene muchas probabilidades de vulnerar las normas sociales y, por lo tanto, de entrar en conflicto con la justicia. Suele actuar de forma egoísta buscando su propia satisfacción, por lo que será capaz de transgredir los derechos y libertades de los demás para alcanzar su objetivo.

Es una persona que se tiene en una alta estima de sí misma y se percibe de forma grandiosa con ideas y metas de éxito. Por eso, transmite una imagen propia de seguridad. A su vez, demuestra desconfianza y suspicacia en sus relaciones sociales, interpretando los comportamientos y actitudes ajenas de forma maliciosa y la confianza en la gente como un signo de ingenuidad.

Ante lo que considera ataques a su persona o autoridad puede actuar de forma desproporcionada, violenta, debido a su baja tolerancia a la frustración.

La persona psicópata carece de empatía, sin embargo, domina muy bien la parte cognitiva de la empatía, que es la habilidad para identificar el estado emocional de la otra persona. Pero, como no es capaz de desarrollar la parte afectiva, no sabe ponerse en el lugar de la otra persona y utiliza esta información para la manipulación y el sometimiento y no para ayudar. Por eso es capaz de comprender qué es lo que hace, pero es incapaz de sentir los efectos de sus actos. La tendencia a la repetición de sus actos de manipulación y violación de los derechos de las personas demuestra que carece de remordimientos en sus acciones, por eso, aunque afirme arrepentimiento, esto no concuerda con la reiteración de sus actos.

Es una persona habilidosa para controlar y demuestra un amplio repertorio de herramientas manipulativas, interpreta muy bien su papel para obtener lo que busca. Y, si no lo consigue con sus habilidades manipulativas y de persuasión, recurre a la amenaza y la violencia.

Con tendencia al aburrimiento, huye de la vida rutinaria. Además, tiene grandes dificultades para mantener la atención en temas que no le resultan atractivos. Por ello, necesita experimentar sensaciones nuevas.

Incapaz de asumir la responsabilidad de sus actos y de llevar a cabo los compromisos adquiridos, la persona psicópata suele ser promiscua, aún teniendo una pareja estable. Sus relaciones de pareja se interpretan como una relación destructiva, cargada de violencia, en la que se establece un vínculo desigual, pues este tipo de personas esperan de su pareja una total dependencia psicológica. Tratará de aislar socialmente a su compañero/a, minando su autoestima, desvalorizando, humillando y culpabilizando. Si considera que todo esto no es suficiente, recurrirá a la violencia.

¿Sabes controlar la ira?

¿Sabes controlar la ira? 1080 1080 PsicoEmoSa

Cierra los ojos e imagina una situación en la que has acabado “rojo de ira” o has salido de una habitación “pegando un portazo” y después has sentido arrepentimiento y frustración.

¿Verdad que alguna vez te ha pasado? ¿Sabes cómo evitar estas situaciones? Si te sientes reflejada/o sigue leyendo este artículo, en él encontrarás unos consejos prácticos para controlar esta emoción, pero antes ¡vamos a aprender a reconocerla!

Emociones positivas y negativas

Las emociones las podemos clasificar en positivas y negativas. Las positivas son todas aquellas que se relacionan con sentimientos agradables que producen bienestar, como la alegría y la sorpresa. Las negativas, aunque no tienen una gran popularidad, también son necesarias. Se relacionan con sentimientos desagradables, experiencias conflictivas y producen efectos poco deseables en uno mismo y en los demás. Entre estas emociones está la ira, la tristeza y el miedo.

Todas las emociones forman parte de las personas y son necesarias. El sufrimiento que podemos llegar a sentir no es tanto porque sean positivas o negativas, sino debido a la ausencia de control y regulación de las emociones.

Es la ausencia de estos mecanismos de control y regulación lo que nos induce a vivirlas con gran intensidad, generando comportamientos muy poco adaptados y perjudiciales para nuestro bienestar y el de las personas que nos rodean. Por ello, un exceso de alegría puede desembocar en manía; las personas que no controlan el asco pueden desarrollar trastornos obsesivos de limpieza o contaminación; la tristeza descontrolada en depresión; el miedo en fobias y la ira en violencia y agresión.

¿Qué es la ira?

Es una emoción negativa, también conocida como enfado o enojo, que propicia una respuesta ante una situación que percibimos como una amenaza, un agravio o una injusticia. De este modo, nos predispone a la acción y lo hace proporcionando energía en nuestras acciones para conseguir como objetivo nuestra propia protección, resistir a situaciones no deseadas o defender nuestra dignidad.

Evolutivamente tiene función de defensa y supervivencia. Por ello, no es siempre negativa, puede presentar ventajas en momentos en los que es necesario poner límites a nuestra individualidad o frenar situaciones abusivas y dañinas.

La manifestación de esta emoción sin control, desadaptativa, se traduciría en una pasividad total o una explosión que podría terminar en agresión física. De hecho, gran parte de los conflictos y agresiones son producto de la falta de control y regulación de esta emoción.

La expresión física de la ira sería cuando cerramos los puños, apretamos la mandíbula y percibimos un cierto calor en la cara.

4 Consejos para controlar la ira

1. Relajación: la ira activa nuestro organismo y tensa nuestros músculos, además provoca que nuestra atención se centre únicamente en aquello que nos produce el enfado. Aprender a relajarnos es una técnica eficaz que contrarresta estos síntomas. Aunque existen diferentes técnicas, te propongo la respiración diafragmática o abdominal.

Consiste en realizar varias respiraciones controladas, poniendo el foco de atención en el diafragma o zona abdominal. Para ello, apoya las manos en él, sintiendo como se mueve.

2. Aplazar la situación: esta técnica es conocida como “tiempo fuera”. Es una forma sencilla de evitar conflictos y controlar el estado emocional.

Consiste en hacer una pausa e irte del lugar en el que estás para dirigir tu atención hacia otra actividad. Una vez en calma puedes retomar la situación y afrontarla con más tranquilidad.

3. Hacer ejercicio: hay momentos en los que nos irritamos con mayor facilidad porque nos sentimos desbordados con las exigencias laborales, familiares, etc.

La actividad física, de forma regular, nos ayuda a concentrarnos en una acción. Además, es beneficiosa para calmar nuestra activación psicofisiológica y mejorar la salud cardiovascular y nuestro estado de ánimo, aumenta las emociones positivas y disminuye las negativas.

4. Cambia tus pensamientos: sentimos lo que pensamos. Así que, hay que tratar de modificar la forma de expresarnos. No es lo mismo decir “no valgo para nada” a expresar “en esta tarea he cometido este error”.

Lo primero es reconocer esos pensamientos que nos hacen enfadarnos, saber cuándo ocurren y cómo los expresamos. Una vez detectados, debemos cambiar nuestro diálogo interno e intentar tener pensamientos más positivos y asertivos.

Conocer cómo se expresan las emociones y saber detectarlas es un gran paso para su regulación. En ocasiones, no podemos evitar sentir ira, aunque sí podemos aprender a gestionarla de la mejor forma posible. Pero, si nos vemos desbordados nos ayudará ir a terapia y así obtener ayuda profesional para afrontar la situación y reconducir nuestro camino.

Preocupaciones

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¿Y si…? En ocasiones nos hacemos esta pregunta para expresar, de forma verbal, algunas preocupaciones. ¿Has utilizado alguna vez esta fórmula para expresar una preocupación? En gran medida, cuando realizamos esta acción estamos intentando dar una solución mental a un problema. Y es que, las preocupaciones son un mecanismo de defensa que utilizamos para afrontar una situación que consideramos que requiere de una respuesta.

Nos preocupamos por situaciones que prevemos que van a ocurrir e intentamos buscar soluciones para tratar de afrontar ese futuro problema.

Hasta aquí hablamos de una conducta adaptativa, pero ¿qué ocurre cuando vivimos las preocupaciones como verdaderos peligros? Es, entonces, cuando aparece un componente negativo, pues nuestro foco de atención se centra, en mayor medida, en los aspectos dañinos de la situación que nos inquieta. Desembocando en un estado de ansiedad, en el que se experimenta cómo el cuerpo se activa de forma constante, siendo muy difícil relajarlo.

Este malestar también afecta al estado de ánimo. Podemos sentir que no tenemos control sobre la preocupación.

En ciertos momentos vivimos situaciones que, por distintos motivos, no podemos controlar. Intentar dar una solución, adelantarnos al problema para impedirlo, no nos asegura que consigamos darle una solución eficaz; lo que nos producirá malestar sufrimiento. Cuando afianzamos este estilo de respuesta (preocupación constante o recurrente) nos exponemos a que la preocupación se vuelva patológica.

Las personas que padecen problemas de ansiedad se preocupan más que las personas que no la padecen.

Los problemas y las situaciones difíciles surgen a lo largo de nuestra vida, nadie está exento de ellas. Pueden ser dificultades del pasado (un desamor, un accidente, un robo…) que siguen pesando en el presente. Enfocarnos únicamente en el pasado no será una estrategia efectiva para encontrar la solución, también tendremos que trabajar el presente, aceptando, aprendiendo a desarrollarnos y tomando decisiones que nos lleven a la acción.

Sobre los problemas que surgen en el presente, podríamos decir que tienen dos vertientes. Aquellos que actuando se solucionan (tengo una entrevista de trabajo, ¿qué necesito para afrontarla con éxito? Pues, preparar la entrevista, informándonos sobre la futura empresa empleadora, por ejemplo) y los que no está directamente en nuestras manos encontrar la solución (una enfermedad crónica, nuestra o de un familiar). Aun así, en este caso, podríamos trabajar ciertos hábitos para sobrellevar mejor la situación.

Por otra parte, en ocasiones, hay personas que prevén obstáculos que no son probables que les ocurran, pero, aun así, les atormentan. Por ejemplo, pensar en padecer una enfermedad grave, que no se supere, aunque no se presente ningún síntoma en ese momento o anticipar que la pareja se rompa sin que, en principio, haya un motivo explícito. Este tipo de enfoque ante los problemas es el que puede derivar en ciertos trastornos de ansiedad.

Por lo tanto, la preocupación puede ser una herramienta mental más de las que tenemos para afrontar el día a día. Pero, si sientes que ese instrumento no está haciendo su función correctamente, tal y como haríamos con otro tipo de herramientas, busca el acompañamiento de un profesional de la salud que te ayude a reparar y reconducir la situación.

¿Sabes qué es el Síndrome de Hubris?

¿Sabes qué es el Síndrome de Hubris? 1080 1080 PsicoEmoSa

La embriaguez del poder. ¿Alguna vez te ha venido a la mente esa frase al ver a ciertos dirigentes o a altos cargos de la política y del mundo empresarial? A esa idea general se le conoce como el Síndrome de Hubris (SH) o la enfermedad del poder.

Para hablar de este síndrome (hýbris en griego antiguo) tenemos que remontarnos a la antigua Grecia. El término hacía referencia a la desmesura de la arrogancia y del orgullo de aquellos dirigentes y personajes poderosos que buscaban con este comportamiento transgredir los límites impuestos por los dioses. Pero, esta conducta era contraria a los valores que perseguía la sociedad griega. Es por ello que, era un tema recurrente en la mitología y tragedias griegas, las personas que sufrían de hybris eran castigadas por los dioses. Además, existía una deidad, la diosa Hybris, que personificaba la insolencia, la falta de moderación y el desdén. También, en el derecho griego se encuentran referencias en relación a la hybris, en esta competencia se alude a la “violencia ebria de los poderosos hacia los débiles”.

En la actualidad el SH se ha descrito en multitud de áreas (política, empresarial, finanzas…). En 2009, el neurólogo y expolítico inglés, David Owen, y el psiquiatra, catedrático emérito de psiquiatría de la Universidad de Duke, Jonathan Davidson, publicaron un artículo en el que analizaron el comportamiento de ciertas figuras políticas respecto al SH.

Por lo general, las personas que manifiestan el SH son aquellas que llevan un cierto tiempo ocupando una posición de liderazgo. Durante este periodo, se produce una transformación que desemboca en un cambio drástico en la personalidad. Es un proceso paulatino, no aparece enseguida, conforme más tiempo ocupa la posición se va intoxicando del poder.

Pero, ¿por qué?

Habitualmente se suele enaltecer y halagar a la persona que ocupa un cargo de responsabilidad, destacando aspectos sobre su inteligencia, su carácter fuerte y audaz… Este ensalzamiento de su persona les produce una exaltación de su imagen y de su ego.

Características principale

Este síndrome se asocia, sobre todo, con la falta de humildad, con un exceso de confianza y con comportamientos de superioridad. En consecuencia, mantienen un trato de desprecio con las personas que están bajo su mando y suelen ignorar sus ideas y opiniones. Así, las personas de su alrededor sienten impotencia al ver que no pueden influir y adquieren un comportamiento de sumisión y aceptación porque ven que no pueden hacer absolutamente nada. Además, las personas con SH demuestran tener una autoestima inflada y tienen una imagen personal demasiado positiva y engreída, como se puede ver en personas con rasgos narcisistas y antisociales de la personalidad.

 

Pero, a pesar de que este síndrome se asocia a estos tipos de personalidad (narcisista y antisocial), parece ser que no hay una clara correlación. Por lo que, todavía hay que indagar más para saber si este comportamiento se produce porque la persona se emborracha de poder o ya tenía esos rasgos de personalidad narcisista y antisocial y ahora tiene menos freno y puede demostrarlos más abiertamente. En contraposición, cuando estas personas pierden el poder suelen acompañarles estados de depresión por la sensación de tristeza y vacío que sienten y el síndrome, normalmente, remite.

La empatía

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El término empatía fue desarrollado por primera vez, dentro de una teoría psicológica, por el filósofo y psicólogo alemán, Theodor Lipps, en 1903, Teoría Estética de la Empatía. Este autor la definió como la experiencia estética de la transmisión de los sentimientos de la persona al objeto, es decir, es un proceso de afinidad entre el objeto y el sujeto, donde el sujeto se reconoce a sí mismo y se solidariza con el objeto.

La empatía es la capacidad de ponernos en la piel de otra persona, experimentando los sentimientos ajenos y viviéndolos como propios. Por ello, si una persona está triste podremos comprender su dolor y si una persona está alegre percibiremos esa emoción de júbilo. Ya que, la empatía no se relaciona únicamente con las emociones negativas.

¿Cómo funciona la empatía?

Es un constructo que se compone de 2 partes, que se pueden sucederse a la vez o por separado. Por un lado, tiene una parte afectiva y, por otro, un proceso cognitivo.

La parte cognitiva permite comprender el pensamiento de nuestro interlocutor, cuáles son sus reacciones y qué está sintiendo; pero, sin llegar a compartir lo que siente. Es por ello que, esta parte de la empatía, puede ser utilizada para fines negativos, como puede ser la manipulación, conocer lo que hiere a los demás o derivar en un uso cruel como la tortura. Sin embargo, la parte emocional implica sentir lo que siente la otra persona. Además, en estrecho vínculo está el interés empático que facilita saber qué es lo que los demás necesitan de ti.

Por ello, la empatía que más humaniza nuestras acciones está constituida por los dos componentes, el cognitivo y el emocional.

Los seres humanos venimos equipados biológicamente para desarrollar la empatía, nuestro cerebro dispone de mecanismos que nos permiten comprender los sentimientos ajenos. Entre ellos, contamos con unas neuronas específicas que se llaman neuronas espejo.

Estas neuronas se activan cuando vemos a una persona realizando una acción o expresando una emoción. Se considera una especie de conexión que permite de forma automática percibir el estado de la otra persona. De esta forma, somos capaces de sentir las emociones que expresa la persona que tenemos delante mediante sus acciones. Estas neuronas en el ser humano se sitúan en la corteza premotora y el lóbulo parietal, son zonas del cerebro responsables de las funciones motoras, sensoriales y del habla.

La vida de las personas transcurre en contextos sociales. Para comprender la naturaleza social es necesario entender los estados mentales de los demás, compartirlos y responder sobre estos. Para realizar estas acciones es necesario desarrollar una adecuada empatía. Y es que existe una relación entre los altos niveles de empatía con los comportamientos de ayuda y atención hacia los demás y con la inteligencia emocional, entre otros.