Utilizamos la palabra estrés de forma habitual, cuando estamos trabajando – “¡Es imposible, me estoy estresando!” – estudiando – “No puedo tener cuatro exámenes en una semana ¡Menudo estrés!”… No hace falta escenificarlo más, ¿verdad? Aunque utilizamos este término en diferentes situaciones, todas ellas tienen un componente negativo.
Es por ello, que a pesar de que el estrés es una respuesta natural de nuestro organismo ante una situación amenazante o de excesiva demanda, no goza de popularidad. Principalmente, por los problemas de salud que desencadena.
Pero, la cuestión no es tanto si el estrés es bueno o malo, sino cómo hemos llegado a naturalizar padecerlo. Probablemente, nuestro ritmo de vida está organizado y diseñado para terminar sufriendo distintas situaciones de estrés.
Aprendemos a normalizar un estado permanente de exigencias y responsabilidades desde la infancia. Estas demandas crecen al ritmo que lo hacemos nosotros. En ocasiones nos desbordan, pero lo curioso es que, muchas veces, somos nosotros mismos quienes nos las imponemos. Este ritmo frenético que nos marcamos nos hace olvidar que también hay que saber parar y dejar que nuestro cuerpo se recupere, porque si no lo hacemos nos obligará a protegernos. Su forma de hacerlo será provocando que el estrés de paso al sufrimiento y a la angustia, incluso a ciertas enfermedades.
¿Qué es el estrés?
Como consecuencia de ciertas situaciones, estímulos o problemas, que nuestro cuerpo percibe como una amenaza o sobreexigencia, se produce una activación del organismo para poner en marcha todos los recursos y mecanismos de defensa. También puede responder inhibiendo otros sistemas que no son necesarios para hacer frente a esa situación. Y, así, permitirnos dar una respuesta adecuada a esta situación estresante.
Por ejemplo, nuestro organismo puede activar la frecuencia cardíaca, aumentar la respiración y la presión arterial para dar un mayor aporte de oxígeno a las células. Pero, por el contrario, puede inhibir el impulso sexual o paralizar el sistema inmunitario si considera que, en ese momento, no es necesario para dar una respuesta eficaz a la situación.
La respuesta de estrés cumple una función muy adaptativa ya que provoca una activación general del organismo que permite responder adecuadamente a las demandas que imponen ciertas situaciones.
Entonces, si la respuesta al estrés nos permite adaptarnos de forma eficaz, ¿por qué es perjudicial para nuestra salud? Principalmente, porque si esta respuesta se mantiene durante largos períodos de tiempo el organismo acaba dañado.
Síndrome general de adaptación
Este término fue acuñado por el fisiólogo y médico austrohúngaro, Hans Selye. De esta forma, explicó cómo el estrés puede ser perjudicial y describió el curso que lleva la reacción del organismo cuando se enfrenta a una situación estresante.
En primer lugar, se produce la reacción de alarma. Cuando existe la presencia de un agente estresante (por ejemplo, un exceso de trabajo o de estudio), en cuanto se percibe esta situación, aparecen las primeras reacciones fisiológicas y el organismo se activa. Es una fase de corta duración y no es perjudicial cuando el organismo dispone de tiempo para recuperarse.
Pero, ¿qué ocurre si la situación continúa? Entonces, se entra en la fase llamada, resistencia. Aquí empiezas a ser consciente de que tu capacidad tiene un límite, de que estás perdiendo energía, por lo que el rendimiento disminuye. Comienzas a frustrarte y a sufrir. Y, aunque intentas seguir y afrontar la situación, empiezas a ver que no puedes. Además, puedes empezar a presentar síntomas de ansiedad porque comienzas a preocuparte por un posible fracaso. En esta fase es donde aparecen los primeros síntomas negativos de estrés.
Si estás en la fase de resistencia y la situación se prolonga en el tiempo, entrarás en la fase de agotamiento en la que pueden aparecer diversas alteraciones de tipo psicosomático (problemas gastrointestinales, cutáneos, de fertilidad, endocrinos, etc.). Esta fase se caracteriza porque puede aparecer fatiga, ansiedad y depresión, pueden presentarse por separado o simultáneamente.
Existe cierta confusión entre los conceptos de estrés y ansiedad porque ambos presentan muchas similitudes e, incluso, se llegan a utilizar como sinónimos. De hecho, los cambios fisiológicos que se producen en el organismo cuando sufres estrés o ansiedad son similares. Ambas respuestas están mediadas por nuestro sistema nervioso autónomo, que produce, por ejemplo, un incremento de la presión arterial o de la frecuencia cardíaca. Sin embargo, son respuestas distintas.
La ansiedad además de ser una respuesta emocional al estrés, se experimenta por una sobreactivación psicofisiológica ante la anticipación de una situación amenazante que puede ocurrir o no. Cosa que no ocurre con el estrés, ya que este se produce por una demanda determinada y real.
Por ejemplo, la ansiedad se siente ante la preocupación de suspender un examen (podemos suspenderlo o no) y el estrés es la respuesta intensa que se da cuando nos sentamos a estudiar (por una excesiva carga de materia que debemos aprender y que no nos da tiempo o existe una sobreexigencia respecto a la relación entre el tiempo y la cantidad a estudiar).
Eustrés, distrés y nivel óptimo de estrés
Tal y como señalamos al inicio del artículo, podemos clasificar el estrés en uno bueno, conocido como eustrés, y uno negativo, conocido como distrés.
El estado de eustrés provoca una adecuada activación psicofisiológica. Además, es adaptativo y necesario para desenvolvernos con eficacia. Se relaciona con la buena salud física y el bienestar mental y permite que el cuerpo desarrolle su máximo potencial. Por ejemplo, cuando realizamos deporte o afrontamos un reto que nos resulta interesante.
Sin embargo, el distrés es un estrés desagradable que provoca una sobreactivación o una activación psicofisiológica inadecuada. Lo que impide responder de forma efectiva a situaciones cotidianas. Al ser dañino nos provoca sufrimiento y desgaste personal.
El distrés no solo ocurre cuando se produce una sobreactivación, también puede ocurrir cuando la dosis de estrés no es la óptima. Ya que si existe una carencia de estimulación, siendo el reposo excesivo, nos puede inducir fatiga y enfado.
El estrés puede afectarnos negativamente ya sea por exceso o por carencia.