La emoción del asco abarca más allá de la repulsión a ciertos alimentos, olores o animales. El asco también está presente en el ámbito social. Es una emoción primaria que se expresa universalmente (se puede apreciar, incluso, en personas ciegas de nacimiento) y se acompaña de una respuesta fisiológica, psicológica y conductual.
La respuesta fisiológica más común es la náusea o el vómito, esta respuesta aparece con la intención de expulsar de nosotros ese sabor o estimulante ofensivo. El aspecto psicológico se asocia a un estado emocional de repulsión y rechazo. Por su parte, el componente conductual se manifiesta a través de un comportamiento de distanciamiento de aquello que nos produce aversión. Puesto que, el asco se intensifica dependiendo de lo cerca que estamos del objeto que nos resulta asqueroso.
El asco está relacionado con los hábitos de higiene y limpieza. A partir de estas rutinas, modulamos nuestro comportamiento para distanciarnos de lo que consideramos repulsivo.
El asco tiene una función adaptativa que nos ayuda a detectar, y rechazar, alimentos peligrosos para nuestra salud, también ciertas partes de lo que vamos a consumir que están en mal estado. Incluso, alejamos comida que nos disgusta su olor o sabor o por ser ajenos a nuestra cultura (por ejemplo, comer insectos).
También presenta en los seres humanos un fuerte componente cognitivo que nos permite interpretar aquello que nos produce asco y vincularlo con ideas de contaminación, impureza y contagio. Así, Paul Rozin, catedrático de psicología en la Universidad de Pensilvania, en los años 80 llevó a cabo una investigación en la que pretendía medir las reacciones de asco en las personas. De esta manera, presentaba a una persona, que le encantaba el queso, dos recipientes que contenían la misma sustancia y tenían un olor similar, en descomposición. Se le indicaba que uno tenía heces y el otro queso. A continuación, se le decía que oliera e intentara identificar y distinguir cuál contenía el queso y cuál las heces. El resultado fue que cuando la persona pensaba que era queso le agradaba el olor. Pero, cuando se le indicaba que ese que le había gustado, en realidad, contenía heces, de forma inmediata, lo rechazaba, resultándole desagradable el olor que antes le gustaba.
Debido a este componente cognitivo, entran en juego dos leyes: la ley de la similitud y la ley del contagio. La primera indica que le tendremos asco a las cosas que son similares; es decir, si te apartas de una babosa, es muy probable que también lo hagas de un gusano. La segunda hace referencia a que no nos gusta que nada entre en contacto con lo que repudiamos. Siguiendo con el ejemplo de la babosa, si este molusco está encima de algún alimento que, en principio, no te da asco, éste terminará dándotelo y no te lo comerás.
En otro experimento, este autor estudioso del asco descubrió que si se daba a elegir entre chocolate con forma convencional o con forma de excremento de perro, aunque se supiera que ambos eran piezas de chocolate, se prefería el convencional. Y, de igual manera, preferían la sopa servida en taza que en un orinal, aunque este fuera nuevo, desembalado delante del sujeto.
La ínsula es una estructura cerebral que tiene una función primordial para gestionar la emoción básica del asco, si una persona sufre una lesión en esta zona y se le da de beber leche agría o comida podrida, será capaz de tomar estos alimentos sin hacer distinción entre sanos e insalubres.
Por otro lado, es una emoción presente en las relaciones sociales. Condiciona nuestros juicios morales, actitudes sexuales y opiniones sobre otras razas y creencias. El papel social del asco ha repercutido favoreciendo conductas discriminatorias y humillantes sobre ciertos grupos sociales, dando paso a la homofobia, el racismo y la xenofobia. En este caso, el asco ya no es una mera reacción fisiológica, sino que adquiere un significado moral y político.
Si esta emoción está relacionada con el rechazo, la repulsión y alejamiento, así como con el miedo que nos produce el objeto que nos resulta aversivo, no es de extrañar que en parte sea responsable de la adquisición y mantenimiento de algunos trastornos psicológicos, como la ansiedad y el trastorno obsesivo compulsivo.
En el caso del trastorno obsesivo compulsivo, suele estar vinculado al miedo a la contaminación al tocar algunos objetos y esta repulsión desencadena comportamientos compulsivos de limpieza e higiene.
Muchas fobias están relacionadas con el miedo y el asco que producen ciertos animales, como las arañas, los gusanos, las serpientes, etc. La persona que siente este tipo de fobia tiende a alejarse y huir del animal, temiendo unas consecuencias, en ocasiones, irreales hasta el punto de generarle un comportamiento de escape y terror en cuanto los ven.
La emoción del asco está presente en la fobia a la sangre, pinchazos y heridas.
Cuando las emociones actúan con normalidad tienen una función adaptativa que nos ayudan en nuestro día a día. El problema aparece cuando existe una desregulación emocional, es entonces cuando nos hacen daño, provocando ciertos trastornos psicológicos. En esos momentos, es conveniente recurrir a las manos expertas de un profesional que nos ayude a reconducir nuestro estado anímico.